Esta película es un buen ejemplo de por qué
no se debe elogiar en exceso a un director. Después de los excesos bondadosos
de la crítica para con Dallas Buyers
Club, Jean-Marc Vallée se cree con derecho a hacer cualquier
cosa.
Demolición es la historia de Davis, un tipo cuya
esposa muere, y a quien se le va pinza. Una historia de tocar fondo para luego
levantarse.
Se ha contado esto unas dos mil veces. Y, al
menos la mitad, lo cuentan mejor. Más allá de ciertas rarezas, unas pocas veces
graciosas, la mayoría de las veces ridículas, la película es, sobre todo, la
demolición de la paciencia del espectador.
No es que no haya química entre Jake
Gyllenhaal y Naomi Watts, es que ni siquiera te crees su relación.
Todo resulta demasiado forzado, incluso esa crisis emocional. Demasiado loca
para estar controlada, demasiado controlada para ser tan loca.
En esta clase de cosas el cine europeo sí que da mil vueltas al americano. Demasiado epidérmico, demasiado ligero. Los americanos no llegan a tocar la verdadera profundidad.
Flojita.
Flojita.
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