Admito que, en esta ocasión, me he
entretenido algo más que con las dos películas predecesoras. Dos causas. La
primera es que por fin vamos más allá del muro, dejamos de darle vueltas a la
inverosimilitud de las castas y a la injustificable trama alargada
innecesariamente. La segunda es que hay escenas de acción originales y
atractivas en un mundo exterior imaginativo. Y conocemos a los verdaderos
malos.
El principal problema es que sigue habiendo
muchas cosas difíciles de aceptar. Imposibles de aceptar. Ese gas. Ay, ese gas.
¿Por qué piensa la líder que solo afectará a quienes le caen mal? ¿Y por qué el
tío que lo controla todo (hasta las puertas que se abren y se cierran) no
controla el gas tan decisivo? ¿Se ocupó solo de controlar chorradas?
La sensación es que los guionistas, cuando
no sabían cómo salir del atolladero, simplemente pasaban de ello y tiraban para
adelante.
Se deja ver pero mi actitud es como la de
los niños pequeños en un viaje pesado:
-¿Falta mucho?
Una más, me dicen, solo una peli más.
Enseguida llegamos.
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