9/6/11

El mago de Oz

El mago de Oz es una de esas películas que deberíamos ver todos los meses desde que somos niños de 5 años hasta que morimos niños a los 95. Hay que verla para recordar la unión de cabeza, corazón y valor. Y que no olvidemos, en el largo viaje, quiénes somos y cuál es nuestro destino.
Confieso que yo no la veo todos los meses. Mea culpa. Aunque sé que debería hacerlo.
Se pueden hacer tropecientas lecturas en cuanto al contenido y, probablemente, cuando la vemos, cada 30 días, llegamos a algo distinto.
Pero eso es un caballo de diferente color.
1939. Fue un gran año para el cine. Lo que el viento se llevó, La diligencia, Caballero sin espada, Sólo los ángeles tienen alas, El mago de Oz...
Creo que Víctor Fleming estuvo muy listo. El color no necesitaba grandes defensores que le ayudaran a imponerse. Iba a hacerlo más pronto o más tarde. Pero El mago de Oz fue, sin duda, una gran impulsora. El comienzo en blanco y negro, la gris y polvorienta Kansas, se rompe cuando Dorothy abre la puerta tras el tornado. Y el color irrumpe, apabullante, saturando los sentidos. Quizá hoy día haya perdido algo de efecto. Pero recuerda: estamos en 1939.
Como para derretirse, sí.
-¡Me derrito! ¡Me derrito!

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